Ley Fintech: un penalti, un balón y una oportunidad.

El partido comenzó. Carlos controló el balón con los pies y arrancó a toda velocidad hacia la portería rival, decidido a anotar gol. Avanza con fuerza esquivando rivales, aguantando patadas y empujones. Entra al área, se barre un contrario, jala el balón hacia atrás para evitar que se lo roben. Queda solo frente a la portería. Prepara el botín derecho para golpear la redonda, sabe que puede anotar. Antes de pegarle al esférico, siente un golpe brutal en el tobillo izquierdo. Cae al piso. Suena el silbato. El dolor le nubla la vista, pero logra ver como el árbitro se lleva la mano al bolsillo y saca un cartón color rojo. ¡Pe-nal-ti!
¿Por qué el árbitro expulsó al jugador que derribó a Carlos? Porque Carlos se aventó y fingió, dirían los del equipo rival. Porque llegó tarde y prácticamente le partió el tobillo, dirían otros. Porque era oportunidad manifiesta de gol y de acuerdo con la regla 12, amerita una expulsión, dirían los puristas.
Las posturas respecto a un hecho y a sus consecuencias son tremendamente variadas. Influyen colores, aficiones y percepciones en quienes opinan y evalúan. De la misma manera, las presiones del momento pudieron influir en el silbante que decidió marcar la pena máxima y mandar a las regaderas a quien cometió la infracción. Infinidad de factores confluyen en la ponderación de la decisión que se toma al respecto. Al final, se deconstruyen los hechos, se desmenuza la decisión y se discuten las consecuencias siempre bajo el marco de las reglas que dieron lugar precisamente al hecho, a la decisión y a las consecuencias.
Este rol fundamental de las reglas, por supuesto, no se limita al campo del balompié. Nuestro mundo está compuesto de un entramado de lineamientos, permisos y excepciones que se adaptan para enmarcar el actuar social. Así como el fútbol se juega con los pies y el portero es la excepción, los ciudadanos tienen derecho al acceso a la información, y la seguridad nacional es la excepción. Así como es falta jalar de la camiseta al rival, es delito engañar a otro para obtener un lucro.
El desarrollo de nuevas tecnologías y el increíble espíritu emprendedor que ha proliferado en nuestro país dieron pie a que se comenzara a jugar un nuevo partido. Un nuevo partido de un nuevo deporte que no todos conocíamos y muchos menos entendíamos. Un deporte que inició dentro de la cancha del fútbol que jugaban los bancos, pero con tintes de innovación, desintermediación y muchas (pero muchísimas) líneas de código. Una especie de fútbol más rápido, más barato, más vertical. Un fútbol en el que no jugaban once contra once, sino once con once y otros once, más los aficionados rayados, verdes y azules. Un nuevo deporte en el que el árbitro no sabía si marcar penalti, fuera de lugar o meterse a jugar.
A fin de no correr el riesgo de que el árbitro decidiera pitar el final del partido o los obligase a seguir reglas de un deporte completamente distinto, los jugadores y aficionados se enfrentaron a un nuevo reto. Ya habían creado un juego completamente novedoso, pero no todos estaban de acuerdo con las reglas. ¿Cuáles serían los lineamientos generales? ¿Y cuáles las excepciones? ¿Cómo dar seguridad a los participantes de que lo que están haciendo está permitido?
Hoy, somos testigos del ejercicio de colaboración entre jugadores, aficionados y árbitros más productivo de los últimos años. La publicación de la Ley para Regular a las Instituciones de Tecnología Financiera (de cariño, Ley Fintech, aunque debería ser Ley Fintec, porque no veo la “ch” en “tecnología”) es producto de la cooperación entre empresas, usuarios y gobierno. Es producto de esfuerzos conjuntos por desarrollar reglas que promuevan el crecimiento de nuestro nuevo deporte, que den seguridad a las startups y a los consumidores, y, sobre todo, que promuevan la modernización de nuestras instituciones gubernamentales.
El contenido de la Ley ha sido ampliamente discutido desde su publicación, así como los tremendos beneficios que pudieren generarse por su aplicación. Por eso, lo que se busca es resaltar la importancia de contar con un marco regulatorio que tuvo un génesis orgánico, pues se desarrolló a la par de esta industria que es también naciente. Así, podríamos decir que es la muestra perfecta del rol que tiene el Derecho como un sistema social. El Derecho no pretende determinar lo que debe ser la economía, la política o la ciencia. De ahí que las regulaciones que obstaculizan el crecimiento, la innovación y el desarrollo sean contrarias a la propia esencia del Derecho.
Hoy, al mutar la visión sobre el rol de los reguladores y de las normas, transformándolos de frenos y obstáculos del crecimiento a agentes y promotores de él, contamos con un conjunto de reglas que establecen principios sobre los cuales podemos construir. Nos proporciona una base sólida, pues se compone de certeza. Certeza para los usuarios, para las compañías que están operando y para las que nacerán. Certeza para los inversionistas y para las entidades gubernamentales que pretenden, ante todo, el desarrollo social.
Con esta certeza, con esta cancha pareja, la industria toma una postura proactiva y no reactiva. En lugar de combatir el actuar de los reguladores, se buscará construir con ellos. En lugar de presentar un funcionamiento opaco ante los usuarios, se pretenderá crecer con ellos. En lugar de competir deslealmente con el sector financiero, se logrará progresar con sus agentes.
Esto último, gracias a la posibilidad de que las entidades financieras tradicionales inviertan en el sector, institucionalizando y asegurando así el capital. De esta manera, se rompe con una relación de rivalidad para transformarse todos en jugadores de un mismo deporte, con un mismo objetivo.
Ahora, el hecho de que las normas de la Ley hayan sido concebidas con un espíritu meramente colaborativo y en pro del crecimiento, no quiere decir que sean la panacea y la solución última a las problemáticas que aquejan a la industria y al país. La Ley conlleva nuevos retos, por lo que es imprescindible que, al contar con certeza, se desarrolle también una actitud proactiva por parte de todos los involucrados para determinar el contenido y alcances de la regulación secundaria.
Si bien es cierto que los requerimientos para los nuevos emprendimientos que pretendan ingresar al sector pueden verse como costosos y exigentes, debemos considerar que representan un elemento sustancial del pilar de certeza para todo el mercado. Además, pueden ser vistos como una oportunidad de optimización de procesos, de fortalecimiento de modelos de negocio y de promoción de la prestación de servicios de calidad.
Para quienes prestamos servicios relacionados y que deseamos involucrarnos en el crecimiento del sector, surgen también nuevos desafíos. No nos debemos limitar a conocer la regulación, sino que es de extrema importancia que se comprendan los modelos de negocio, se estudie la tecnología y se construya sobre esta base de certeza y principios.
Hoy, México rompió ese viejo estigma de nunca perder la oportunidad de perderse la oportunidad. Tomemos la oportunidad, el árbitro ya dio el silbatazo inicial.